Cuesta entenderlo. Y tardas.
Hace dos años, en un evento promovido por un medio de comunicación radiofónico, nuestro Director General se reencontró con el CEO de una importante empresa alimentaria que años antes, en el origen de la agencia Prisma, cuando todavía no pertenecía a MIG, había sido cliente nuestro. En aquel entonces dirigía una, también, aún más importante empresa del sector inmobiliario. Mientras trabajaron juntos les unió una buena relación.
Cuando esa empresa quebró -de un día para otro, para más señas, llevándose por delante más de 3.000 empleos-, nuestra compañía sufrió un severo varapalo económico como consecuencia del impago de casi seis meses de servicios y campañas en medios adelantadas por nuestra agencia. Es una historia que muchos conocemos, algunos compañeros que actualmente trabajan en MIG la vivieron, otros la hemos conocido cuando nos recuerdan que hoy puedes estar aquí, mañana puede que allí, y que por tanto el éxito es efímero, pues ni siquiera depende de ti, la resiliencia es perenne.
Eran los años locos de 2008, la era de los pagarés a 180 días, el fin de la fiesta del España va bien, del mundo va aún mejor. Estalló una burbuja que provocó una cascada de impagos y quiebras. Pero volvamos a esa conversación.
– ¿Por qué no me avisaste de lo que iba a pasar? Seguiste contratando hasta una semana antes de saber que ibas a declarar el concurso de acreedores-, le preguntó nuestro Director.
– No lo sé. Sinceramente, no lo sé. No lo vimos venir, ni supimos reaccionar. Siempre creímos que los bancos nos respaldarían, que no nos dejarían caer.
-¿Y por qué?-, insistió.
Porque no era solo nuestro problema, era también el suyo.
– ¿Y aprendiste algo?
– Que la cuenta de resultados siempre te da la razón.
…
Esta historia sale a colación siempre que internamente planteamos redactar el propósito corporativo, transcender a la misión (impulsar el proceso de transformación organizativa de nuestros clientes bla, bla, bla, bla, bla, bla) para declamar nuestro compromiso con todos los grupos de interés de la compañía y la búsqueda del beneficio colectivo.
La conversación suele terminarse rápido. Nos recalcan que no hay mayor ni mejor ni más ambicioso propósito que pagar puntualmente un salario justo al mayor número de personas que tu negocio permita, el de mayor cuantía posible sin poner en riesgo la viabilidad futura de la organización y su colectivo; hacerlo equitativamente, sin importar edad, género o procedencia; exigiendo a cambio siempre el máximo esfuerzo posible y cero excusas, en ti, en el de al lado, en todos; hacerlo de forma ética, responsable, sin atajos, sin perjudicar a terceros por tu mala praxis o por tu falta de diligencia; hacerlo comprometiéndonos hasta allí donde nos sea posible a la resolución -o, al menos, a no agravar- de problemas universales: la desigualdad de toda índole, la destrucción del planeta y la estupidez humana.
Internamente usamos un concepto, el Ebitda ético. Pensándolo bien, a lo mejor sí tenemos propósito.