Mark Zuckerberg acaba de anunciar su último triple salto mortal invertido con tal de salvar la reputación de su empresa. Se llama Metaverso y es el espacio global total al que quiere llevarnos después de habernos convertido en un producto, utilizar nuestros datos, comerciar con nuestra privacidad y contaminarnos con desinformación que, casualmente, siempre beneficia las causas más innobles, las ideas más nocivas, los comportamientos más extremos. Pero más allá de la consideración que merezca Zuckerberg, su compañía y lo que provocan sus productos, nos interesa mucho el dilema filosófico que plantea llevar nuestra vida entera a un espacio virtual.
El concepto de “tecnopersonas” no es nuevo. Se lleva hablando de él desde hace una década, pero nunca antes estuvo tan cerca poder convertirse en realidad. Zuckerberg nos plantea que, con solo unas gafas de realidad virtual, podremos hacer todo aquello que define nuestra vida en sociedad, pero en un universo virtual global y total. Trabajar, socializar, hacer deporte, un concierto, un debate, un mitin… Todo en un tecnoespacio cuyo valor económico ya se calcula en 800.000 millones de dólares. Los fundamentalistas tecnológicos dicen que es la superación de Internet y sus mundanos límites. Pero escaso impacto parece. El primer efecto de la tecnopersonificación es, precisamente, la destrucción de aquello que nos hace personas, la vida en sociedad, pero un poco de eso ya lo habían logrado las redes sociales, esa falsa sensación de ciudadano global a través de una pantalla, pero sin conexión a la realidad física que nos rodea y sus muchos problemas.
La tecnología es capaz de crear ese mundo, atraernos a él, alienarnos. Pero cómo se regula un ecosistema total y global privado: con las reglas de Metaverso, es decir, con las reglas de Zuckerberg. Esta nueva Caverna de Platón no puede nacer sin que antes rinda cuentas de lo que deja en tierra antes de convertirse en una especie de dios que nos permitirá vivir la vida que nos de la gana e, incluso, hasta cuando nos de la gana, porque dejaremos de ser personas para ser avatares, por qué no, inmortales.
A empresas de tecnología, agencias, consultoras y tecnocharlatanes, este universo paralelo nos abrirá nuevas vías de negocio, los vendedores de humo tendrán para varios años de charlas, tuits y post copiados, pero para las personas, para la sociedad, es una mala idea, malísima idea. ¿Qué puede aportar esto a un mundo lleno de problemas reales? Pero como somos negocios dentro de un gran negocio, lo que haremos es lo que mejor sabemos hacer: seguir montados en la gran ola creyendo que somos dueños del bañador y la tabla.
Por favor, para esos políticos de Instagram y Twitter que nos dirigen ahora. ¿Cuándo se hará una profunda regulación de estas compañías? ¿Cuándo se hará de sus productos? ¿Y de Internet y las redes sociales en general? ¿Estaremos a tiempo?